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Hoy iniciamos una nueva serie de publicaciones en LWS Financial Research, centrada en geopolítica, desde un punto de vista de impacto en los mercados y liderada por Aleix Amorós, nuestro más reciente fichaje (ya habéis leído textos suyos en la contextualización de ideas de inversión, como en Gulf Keystone Petroleum o Israel Chemicals y en nuestros resúmenes semanales).
Su conocimiento y capacidad de transmitirlo seguro añadirán mucho valor a la publicación y nuestra ventaja en los mercados; para iniciar esta sección, qué mejor forma de hacerlo que poniendo el foco en las elecciones de Estados Unidos, que es un evento clave en el horizonte más inmediato y donde saber qué esperar y cómo posicionarnos es esencial. Sin más, os dejo con su texto.
Sinopsis
El próximo 5 de noviembre, más de 250 millones de estadounidenses con derecho a voto están llamados a las urnas en los cincuenta estados que conforman el país, para elegir al 47º presidente de la nación y perpetuar así la democracia ininterrumpida más longeva de la historia.
Frente a frente, el candidato del partido republicano y expresidente estadounidense, Donald J. Trump, y la hasta ahora vicepresidenta y cabeza visible del partido demócrata, Kamala D. Harris. Ambos parten con opciones reales de victoria en un ajustado tramo final de campaña electoral para llegar al Despacho Oval.
Al margen de la elección presidencial, ese mismo día se renueva buena parte del poder legislativo, que emana del Congreso. Por un lado, los 435 escaños de la Cámara de Representantes -cámara baja-, y por el otro un tercio de los 100 escaños del Senado -cámara alta-. Igualmente, se elegirán 11 nuevos gobernadores estatales y 2 territoriales -Samoa Americana y Puerto Rico-.
La polarización es la protagonista indiscutible de los comicios, con una sociedad más dividida que nunca. Prueba de ello son las dos tentativas fallidas de magnicidio contra el candidato republicano, que no han hecho más que enrarecer el clima preelectoral. Buena parte de las opciones de victoria de ambos contendientes se reducen a un puñado de siete estados, con el llamado Rust Belt como protagonista.
La economía es el elemento troncal de la campaña, con la inflación acaparando los focos tras una legislatura condicionada por las derivadas de la pandemia primero, y las guerras de Ucrania y Oriente Medio después. La primera potencia mundial se debate entre un modelo aperturista basado en las alianzas y los acuerdos de libre comercio, y otro aislacionista que aspira a revertir las dinámicas de la globalización.
Inevitablemente, no obstante, las elecciones tendrán reverberaciones en muchos otros ámbitos como la política exterior o la lucha contra el cambio climático, dado el poder y la influencia que todavía hoy proyecta Estados Unidos hacia el mundo.
Una cita histórica
Si las elecciones estadounidenses fuesen un acontecimiento deportivo, de bien seguro rivalizarían de tú a tú con los Juegos Olímpicos para hacerse con el cetro de las audiencias. El próximo 5 de noviembre, cientos de millones de personas en todo el mundo seguirán de cerca el desenlace de la que posiblemente sea la contienda más ajustada desde el duelo entre Al Gore y Bush, hace ya 24 años. En aquella ocasión, el candidato republicano se llevó la victoria tras asegurar el estado de Florida en un recuento de infarto, en el que incluso tuvo que intervenir la Corte Suprema para sentar cátedra. Hoy por hoy Florida es poco menos que un oasis republicano, y la atención la acaparan un puñado de siete estados donde las proyecciones de voto apuntan a un empate técnico, con estrechísimos márgenes de ventaja para uno u otro.
El conocido como cinturón del óxido, en el noreste del país, está llamado a jugar un papel especialmente importante, con Michigan, Pensilvania y Wisconsin entre las plazas más codiciadas. La región ejemplifica como ninguna otra el impacto de la desindustrialización de la nación y todo lo que trajo consigo, desde la pérdida de población a la decadencia de grandes urbes como Detroit. La adhesión de China en la Organización Mundial del Comercio a finales del 2001 marcó un punto de inflexión, incentivando la deslocalización masiva de fábricas al gigante asiático para abaratar costes, lo que se tradujo en el gradual abandono de industrias históricas como el automóvil, el acero o la minería de carbón ante su pérdida de competitividad en el mercado doméstico.
Pese a los embates del tiempo la región ha sabido reconvertirse, con Pensilvania erigiéndose como referente nacional en la extracción de gas natural gracias a la cuenca de esquisto de Marcellus; o Michigan convirtiéndose en el segundo estado que más compromisos de inversión privada ha cosechado derivados de la Inflation Reduction Act (IRA), el proyecto estrella de la legislatura de Joe Biden, y que ha regado con más de $25,000 millones al territorio focalizados en el ensamblaje de baterías y la fabricación de vehículos eléctricos. No en vano, la nostalgia de la grandeza industrial que otrora definió a esos estados sigue muy presente en la memoria de no pocos ciudadanos, lo cual ha sido utilizado recurrentemente por parte del candidato republicano Donald Trump como maza ideológica para cargar contra la globalización y sus efectos perniciosos en el empleo local.
Al final, las elecciones se reducen a dos modelos de gobernanza antagónicos entre sí. Uno basado en las alianzas y los acuerdos de libre comercio, que han llevado a Estados Unidos a ser la potencia económica que es hoy en día pese a las crecientes desigualdades internas y la pérdida de competitividad industrial; y otro de corte aislacionista, que aspira a recuperar el tejido productivo que una vez dotó de identidad propia al país, si bien a costa de cerrarse al mundo en un contexto de creciente agitación social que requiere más que nunca de entendimientos.
Descifrando el congreso
El brazo ejecutor del poder legislativo estadounidense será renovado también el próximo 5 de noviembre. Por un lado, los 435 escaños que conforman la Cámara de Representantes -cámara baja-, y del otro un tercio de los 100 escaños del Senado -cámara alta-. La composición del Congreso es tan o más importante que el resultado presidencial, toda vez que los poderes que emanan del Despacho Oval son limitados; en ese sentido, es imperativo contar con el visto bueno de las instituciones para poder sacar adelante cuestiones tan delicadas como el techo de gasto, que lleva años generando fricciones ente los congresistas ante el creciente endeudamiento del país.
Si bien en los últimos tiempos los presidentes han sorteado parte de los bloqueos del Congreso a base de órdenes ejecutivas -Donald Trump fue el que más órdenes firmó desde los años de Jimmy Carter, entre 1977 y 1981-, no es un recurso que pueda usarse a la ligera toda vez que está sujeto a estrictas revisiones judiciales, y pueden ser revocadas si carecen de respaldo en la ley o la Constitución.
La Cámara de Representantes está bajo control republicano, tras que obtuvieran la mayoría parlamentaria en las elecciones de medio mandato de 2022 al asegurar 222 escaños. Mike Jhonson es el portavoz del partido. En estos momentos hay tres vacantes -dos republicanas y una demócrata-. De los 435 escaños en juego, el equilibrio de poder se resolverá en apenas 43 de ellos, un 10% del total.
El senado, por su parte, lo retienen los demócratas, que se hacen valer de sus 47 escaños y otros 4 de candidatos independientes afines para apuntalar la mayoría en la cámara alta. Chuck Shumer es el portavoz del partido. De los 34 escaños en juego, 23 son defendidos por los demócratas (19) y los independientes (4). Los 11 restantes corresponden a los republicanos. En este caso, el equilibrio de poder se resolverá previsiblemente en apenas tres de ellos, correspondientes a Michigan, Ohio y Wisconsin.
Prueba de la influencia que ejerce el Congreso estadounidense, la 118ª legislatura que arrancó el 3 de enero de 2023 y culminará el 5 de enero de 2025 ha sido considerada como la menos productiva desde la Gran Depresión, coincidiendo con la 72ª legislatura. El bloqueo bipartidista se ha traducido en que a duras penas se han redactado y aprobado un centenar de leyes. En ese sentido, de perpetuarse esta tesitura de cara a la próxima presidencia, la gobernanza será especialmente complicada indistintamente de quien sea el vencedor, limitando su capacidad de implementar cambios y reformas.
Al margen del Congreso, hasta 11 cargos de gobernador se someterán a sufragio, ocho republicanos y tres demócratas. Entre ellos el de Carolina del Norte, uno de los siete estados llamados a desequilibrar la balanza. Igualmente, el día de las elecciones se considerarán más de 100 iniciativas en referéndum en los 26 estados que lo permiten, estableciendo la política estatal en cuestiones como el acceso a la atención de la salud reproductiva, la legalización de la marihuana, los impuestos, la fiscalidad o el derecho al voto.
La economía, el centro gravitatorio
El semanario The Economist publicaba el pasado 17 de octubre un extenso reportaje titulado America’s economy is bigger and better than ever. Will politics bring it back to Earth? A ojos de los autores, el deterioro de la situación política no ha tenido por ahora un impacto visible en la economía; sin embargo, a medida que la división interna aumenta -en el barómetro de confianza de Elden de 2023, Estados Unidos figuraba como el tercer país más polarizado del mundo, solo por detrás de Argentina y Colombia-, las probabilidades de que se adopten medidas erráticas también crecen.
La campaña electoral es un buen termómetro de lo que puede estar por venir. En las últimas semanas, tanto Kamala Harris como Donald Trump han arengado a sus bases con promesas cada vez más dañinas, poniendo en peligro una historia de crecimiento que, pese a sus vicisitudes, ha sido capaz de perpetuarse en el tiempo y ampliar la brecha con gran parte de sus rivales. En las últimas tres décadas y media el PIB de Estados Unidos ha pasado de representar el 40% del total del G7 a la mitad, y la riqueza por ciudadano se ha situado un 60% por encima de la de Japón, el doble que en 1990. Incluso el estado más pobre del país, Mississippi, tiene una renta media superior a la de británicos, canadienses o alemanes. De igual manera, por duodécimo año consecutivo Estados Unidos lidera la clasificación como principal receptor de inversión foránea directa -más si cabe tras la aprobación de la IRA-, y el consumo goza de un envidiable estado de salud.
Aún y con estas credenciales, según el consenso de encuestas y estudios demoscópicos una mayoría de ciudadanos desconfía de la actual administración demócrata a la hora de gestionar la economía. Y es que el coste de la vida, especialmente en los años posteriores a la pandemia, se ha incrementado muy por encima de los salarios, redundando en un deterioro sustancial del poder adquisitivo de la ciudadanía. La inflación asociada a los alimentos ha subido un 22% desde marzo de 2021; el precio de los huevos se ha disparado un 88%, mientras que la gasolina se ha encarecido un 16%, pese a que Estados Unidos se ha consagrado como el mayor productor de petróleo del mundo. De igual forma, el coste de la vivienda se ha prácticamente doblado en las últimas dos décadas, y la ratio entre el precio y el salario medios se ha elevado hasta el nivel más alto desde que hay registros, incluso por encima de los niveles previos al estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008. Ante esta situación, sorprende que tan solo la candidata demócrata haya planteado medidas de choque ad hoc para combatir la escalada de precios, concretamente en los alimentos, si bien de dudosa efectividad.